LAS PRINCESAS TAMBIÉN ENGORDAN

Foto heraldo.es
El mundo vuelve a estar dividido. Hace unos días la escisión la provocaba el mamporro de Will Smith a Chris Rock en la ceremonia de los Oscars.

Hoy, el mundo -y cuando digo el mundo, quiero decir España- se ha vuelto a partir en dos. Desde ayer tenemos un cincuenta por ciento de compatriotas que se han quitado la mascarilla y otro cincuenta por ciento que han decidido dejársela puesta.

En la primera mitad -además de a mis amigas Ana y Montse que están viviendo la caída de las mascarillas con el mismo entusiasmo que otras celebraron la llegada de la minifalda o el topless- tenemos a la princesa Leonor.

No parecen estar en este grupo las dos jóvenes que la flanqueaban el pasado miércoles en el acto sobre ciberseguridad celebrado en el Instituto de Leganés, pero de este tema podemos hablar otro día o no hablar.

Vuelvo a la princesa que con su desenmascarillamiento ha llenado las redes sociales de comentarios: que guapa está, se la ve más mayor, parece que está más rellenita…

¡Exacto! A Leonor le ha pasado lo que a
todo hijo de vecino que se va a estudiar a Inglaterra: ha engordado.

¿No queremos una realeza capaz de acercarse y comprender la realidad social? Pues ahí lo tenemos.

Ni las princesas con la sangre más azul se puede resistir a esos panes de molde tan blanditos, esos sándwiches inundados de mantequilla, esos helados de grifo con su chocolatina Flake encima…

A mí me pasó lo mismo que a Leonor, pero a lo bestia, hace más de treinta años. Tanto me pasó que, cuando volví de mi primera experiencia inglesa, mi madre no esperó ni a que me bajara del avión para espetarme: “¡Hija por Dios, cómo te has puesto!” Los besos y el “¡qué ganas tenía de verte!” vinieron después.

Cuando mi hija regresó de su dramáticamente interrumpida estancia londinense me acordé de mi madre. Y empecé por un cariñoso “¡mi niña, que ganas tenía de verte!” para, dejando un tiempo prudencial, pasar al “hija de mi vida, ¡cómo te has puesto!”

Ella ya ha perdido sus kilos. Yo sigo intentándolo. Y por Leonor no me preocuparía: no hay nada que una buena sopa de acelgas no pueda arreglar.

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